
IPODAGUA
Lunes 18 de julio de 2011 // Sociedad


Fotos: Estela Knez
Recorrer como “extranjera” la ciudad en estos días da la apariencia de que todos los barilochenses, sin distinción alguna, han recibido los efectos del famoso volcán chileno. Ceniza y arena cubren calles pavimentadas o de tierra, techos de lujosos hoteles y de viviendas humildes. Y cuando el viento embate con fuerza desde el oeste, hasta el paisaje se desdibuja. Las montañas y el lago casi no se distinguen. Como en una penumbra, las construcciones pierden sus diferencias. Pero cuando el viento sopla del este, esa “uniformidad” desaparece, y vuelven a hacerse visibles los contrastes. Cuando la bruma de cenizas se disipa, surge una especie de muro simbólico, que parte en dos a la ciudad, y resalta las diferencias sociales, económicas, culturales. La edificación se muestra como verdaderamente es, desnudando el bajo y el alto Bariloche.