MALDITOS
Una BANDA que causa FURIA: Los BARRICKTURROS
Aún después de la catástrofe nuclear de Fukushima, muchos países se aferran a la producción de energía atómica. No obstante, lo ocurrido en Japón supone un punto de inflexión, opina Alexander Freund en su comentario.
Después de Fukushima, nada será como antes. Todos estábamos convencidos de ello cuando contemplamos las dramáticas imágenes provenientes de Japón. Los edificios de las plantas nucleares explotaban, los rostros de los ingenieros revelaban desconcierto, las evacuaciones dejaban atrás ciudades fantasmas. “Los riesgos de la energía atómica no se dejan domar, ni siquiera en un país tecnológicamente avanzado, como Japón”, dijo la canciller alemana y física de formación, Angela Merkel, a la hora de justificar un inesperado golpe de timón: Alemania abandonaría la producción de energía nuclear a más tardar en 2022.
Esa decisión puede ser considerada correcta o falsa, dependiendo de qué posición se asuma de cara a la energía atómica. Pero, argumentos aparte, un hecho es irrefutable: a escala internacional, Alemania está sola en lo que se refiere a renunciar a la energía nuclear. Más allá de sus fronteras, casi nadie entiende el camino tomado por el Estado germano. Los países asiáticos que protagonizan un boomeconómico construyen nuevos reactores y hasta Washington aprobó la construcción de una nueva central atómica en Estados Unidos, 25 años después de la catástrofe nuclear de Harrisburg.
A primera vista, el mundo parece no haber cambiado en absoluto tras los sucesos de Fukushima. No obstante, lo ocurrido en Japón supone un punto de inflexión. Después de Fukushima, no hay excusa que valga. Al contrario de lo que ocurrió en la planta nuclear de Chernobil, que voló por los aires debido a la incompetencia de las instancias encargadas de su seguridad, la explosión de la de Fukushima demostró que la tercera economía del mundo –con toda su riqueza y su tecnología– no estaba en capacidad de evitar semejante calamidad.
Los márgenes de riesgo
Alexander Freund, comentarista de Deutsche Welle.
Está claro que la humanidad puede controlar la energía atómica, así como ha controlado el fuego desde hace milenios, pero sólo hasta cierto punto. Los márgenes de error, los riesgos, nunca desaparecen del todo. Eso quedó claro en Fukushima, un acontecimiento que golpeó severamente la confianza de los japoneses en sí mismos. Ellos estaban seguros de que la ingeniería nipona podía hacer frente a la fuerza de los terremotos y los tsunamis más intensos, de que la alianza formada por la clase política y el lobby de la industria nuclear tenía todo bajo control.
Al final ocurrió todo lo contrario de lo que la sociedad nipona esperaba. Ni siquiera había un plan para evacuar a Tokio engavetado en alguna parte, por si acaso el viento decidía soplar hacia el oeste, en lugar de hacerlo hacia el mar, llevándose consigo el material radioactivo. Desde luego, no todos los escenarios ominosos se hicieron realidad tras los daños sufridos por los reactores de Fukushima; el anticipado Apocalipsis nuclear no se consumó. Sólo un área limitada quedará contaminada durante muchos años.
Pero Japón tampoco regresó a la Edad de piedra, como lo habían pronosticado los lobbyistas de la energía atómica, con todo y que, en este momento, casi todas las plantas han sido desactivadas para efectuar labores de inspección. Constatar la seguridad y el funcionamiento de estas centrales es razonable. Y, sin embargo, Japón está lejos de asumir un cambio de paradigmas en materia energética como el asumido por Alemania. Por razones económicas, estratégicas y ecológicas, la isla –pobre en materias primas– deberá seguir apostando a la energía atómica.
El debate en torno a la energía nuclear continúa, en Japón y en el resto del mundo. La cuestión no es decidir entre crecimiento económico y bienestar sostenible porque ambas cosas se pueden alcanzar con y sin energía atómica. Después de Fukushima lo que nosotros –y las generaciones que vienen– debemos determinar es qué margen de riesgos estamos dispuestos a afrontar. Una prueba de lo difícil que nos resulta tomar decisiones en esta materia es el hecho de que no exista, en ninguna parte del planeta, ni un solo almacén final para los desperdicios que deja la producción de energía nuclear.
Autor: Alexander Freund
Editora: Claudia Herrera Pahl
Editora: Claudia Herrera Pahl
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