MALDITOS
Una BANDA que causa FURIA: Los BARRICKTURROS
Viviana Demaría y José Figueroa
La ecología es subversiva
pues cuestiona el
imaginario capitalista
que domina el planeta.
Rechaza el motivo central
de ése,
según el cual nuestro destino
es aumentar sin cesar
la producción y el consumo.
Muestra el impacto catastrófico de la lógica capitalista
sobre el entorno natural
y sobre la vida de los seres humanos.
Cornelius Castoriadis
Vaticinios
Dice un proverbio árabe que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. Penosamente es aplicable en muchas circunstancias actuales y tristemente compatible con la posición adoptada por muchas de las inteligencias ilustradas de la Argentina. Cierto es que sería todo un detalle si pudiésemos contar con algún otro proverbio pero esta vez que revele todo lo contrario. Es decir, que sirva para elogiar la mirada aguda y anticipada de aquellos que no esquivan los acontecimientos y se dejan atravesar por su tiempo histórico sin el vanidoso temor a desdibujarse.
De este modo, quienes se atrevieron a pensar el mundo – que no es un mundo, sino este mundo, al decir de Castoriadis – como el único hogar humano, con sus paradojas y su complejidad, justo a tiempo para realizar el viraje necesario para no estrellarnos en una lucha de todos contra todos, merecen ser escuchados y rescatados.
¿Con qué adjetivo puede calificarse a la persona que hace 40 años invitaba a “todos los pueblos y gobiernos del mundo (a que) cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre-estimación de la tecnología”?
El Gobernador de San Juan José Luis Gioja lo habría calificado de “nazi”, el secretario del Colegio Argentino de Ingenieros de Minas, Mario Capello lo habría tildado de “cipayo”, El Presidente del Grupo de Empresas Mineras Exploradoras de la República Argentina, Julio Ríos Gómez, lo habría acusado de “terrorista pseudo ecológico”, El diputado nacional Jorge Yoma lo habría denunciado por propalar un “discurso aterrador”, El secretario de Minería de la Nación, Jorge Mayoral, le habría recriminado por esconder “malas intenciones”, el filósofo de 678 Dante Augusto Palma habría calificado ese discurso de “precapitalista, ahistórico nihilismo zonzo, pachamamesco y oenegista”, el filósofo de Carta Abierta, Ricardo Forster, lo habría criticado por “falso virtuosismo, cínico, regresivo, neoconservador y falto de alternativas”, El diputado nacional Javier Tineo habría señalado un “claro propósito desestabilizador”, el Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina lo habría desacreditado por “hablar estupideces”.
Antes de la Conferencia de Estocolmo, este mensaje dirigido a toda la humanidad advertía que “el ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas”.
La subjetividad que nos está permitida en este tiempo, tiene que ver con los enclaves que se fueron realizando a través de la historia. Verdaderas marcas en la carne y en el espíritu producidas por discursos que no temblaron al reconocer que el progreso indefinido no tenía por qué necesariamente ser la meta de la humanidad. Porque el precio que se pagaría por permanecer en la endeble balsa que designaron los poderes transnacionales a países como el nuestro (frágil cascarita de nuez para arreglárselas como se pudiese en el océano rapaz de los monopolios) iba a ser definitivamente devastador.
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