Una intensidad de colores anuncia la noche en la montaña.
El Algarrobo se despereza con fuerza en el atardecer.
Sacude sus ramas, carteles y personas del entumecimiento del tiempo
y se echa a andar de la mano del río.
Llega la lluvia a compartir palabras de lucha,
a sostener la calma de un pueblo que grita “¡basta!”
El camino que se abre está lleno de piedras.
Piedras para aprender a andar despacio y construir con firmeza.
Piedras para tirar en caso de necesidad.
Los animales mueren y las personas enferman de saqueo y contaminación.
Cada caminata por calles queridas hace crecer la indignación ante el poder.
Cada sorbo de agua transforma el miedo en convicción.
Y se hace dignidad la resistencia.
Y se hace árbol la libertad.
Entre conflictos y contradicciones, va naciendo la autodeterminación.
Llega la nieve a completar el Nevado y su abrazo ilumina las banderas
que repiten sin cansancio que “no pasarán las mineras”.
El Algarrobo aviva el fogón y se acomoda para dar nuevos pasos.
Sus raíces se extienden y se acarician con la Pachamama.
Sus ramas se multiplican en una diversidad de voces.
Y sus frutos alimentan la sabiduría de un pueblo que lucha sembrando amor.