Por John Bellamy FosterBrett Clark y Richard York.- La maldición de la eficiencia energética, mejor conocida como la Paradoja de Jevons -la idea de que una mayor eficiencia energética (como en la utilización de materia-recursos) no conduce a la conservación sino a una utilización mayor- fue formulada por primera vez por William Stanley Jevons en el siglo diecinueve. Aunque olvidada durante la mayor parte del siglo veinte, la paradoja de Jevons ha sido redescubierta en décadas recientes y se ubica en el centro de la disputa ambiental actual.
El siglo diecinueve fue el siglo del carbón. Fue el carbón por sobre cualquier otra cosa lo que impulsó a la industria británica, y en consecuencia, al Imperio Británico. Pero, en 1863, en el mensaje presidencial dirigido a la Asociación Británica para el Fomento de la Ciencia, el industrial Sir William George Armstrong, planteó si la supremacía mundial británica en la producción industrial podía ser amenazada en el largo plazo por el agotamiento de las reservas inmediatamente disponibles de carbón.[1] En aquel entonces, no se había llevado adelante ningún estudio respecto del consumo de carbón y su impacto en el crecimiento industrial.
En respuesta, William Stanley Jevons, quien se convertiría en uno de los fundadores de la economía neoclásica, escribió, en sólo tres meses, un libro titulado “La cuestión del carbón: una indagación acerca del progreso de la nación, y el probable agotamiento de nuestras minas de carbón” (1865). Jevons sostenía que el crecimiento de la industria británica dependía del carbón barato, y que un incremento del costo del carbón, al explotar minas más profundas, llevaría a una pérdida de la “supremacía comercial y manufacturera”, posiblemente “de por vida”, y a un freno en el crecimiento económico, que generaría una “condición estacionaria” de la industria “durante un siglo”.[2]  Ni la tecnología ni la sustitución del carbón por otras fuentes de energía, sostenía, podrían alterar esto.
El libro de Jevons tuvo un enorme impacto. John Herschel, uno de los grandes exponentes de la ciencia británica, escribió en apoyo de la tesis de Jevons que “estamos agotando nuestros recursos y gastando nuestra vida nacional a una enorme y creciente tasa, por lo que el día del juicio es inminente, más tarde o más temprano”.[3] En abril de 1866, John Stuart Mill elogió La cuestión del carbón en la Cámara de los Comunes, argumentando en apoyo de la propuesta de Jevons de compensar el agotamiento de este recurso natural estratégico con un recorte en la deuda nacional. Esta causa fue tomada por William Gladstone, Ministro del Erario Público, quien urgió al Parlamento a actuar sobre una reducción de la deuda, basado en el incierto rumbo del desarrollo nacional en el futuro, debido al prematuro agotamiento de la reservas de carbón. Como resultado, el libro de Jevons rápidamente se convirtió en un bestseller.[4]
Sin embargo Jevons estuvo completamente equivocado en sus cálculos. Es cierto que la producción británica de carbón, en respuesta a una demanda en ascenso, llegó a más que duplicarse en los treinta años que siguieron a la publicación de su libro. Durante el mismo período en los Estados Unidos, la producción de carbón, comenzando desde un nivel mucho menor, aumentó diez veces, sin embargo permaneciendo debajo del nivel británico.[5] El perdurable “pánico del carbón”, fundado en el agotamiento de la reservas de carbón, continuó hacia finales del siglo diecinueve y a comienzos del veinte. El principal error de Jevons fue identificar la energía para la industria con el carbón en sí mismo, fallando en anticipar el posterior desarrollo de energías sustitutas del carbón, como el petróleo y la hidroeléctrica.[6] En 1936, setenta años después del furor parlamentario generado por el libro de Jevons, John Maynard Keynes comentó que la proyección de Jevons de una declinación en la disponibilidad de carbón, había sido “sobreestimada y exagerada”. Uno podría agregar que fue algo acotada en su alcance.[7]